Versión escrita:
En un valle resplandeciente de verdor y vida, cuyo esplendor era acariciado por montañas majestuosas, vivía una niña intrépida y curiosa llamada Mireia.
Era una exploradora nata, fascinada por el lenguaje oculto de la naturaleza y los misterios encriptados en sus paisajes.
Un día, mientras vagaba por el bosque, Mireia captó un susurro enigmático que parecía fluir de un riachuelo. Se acercó a él y le preguntó:
— ¿Qué te pasa, riachuelo? ¿Por qué estás tan triste?
El riachuelo, con un lamento apenas audible, le confesó:
— Mireia, necesito tu ayuda. El valle está padeciendo una sequía inmisericorde, y nuestras vitales reservas de agua están llegando a su fin.
Mireia, inspirada por un impulso de responsabilidad, decidió emprender una misión para hallar una solución. Siguió la serpenteante senda del riachuelo, aventurándose en la profundidad de un bosque exuberante.
En su camino, se topó con unas diminutas y juguetonas gotas de agua que parecían danzar en el aire.
Estas Gotitas, como Mireia decidió llamarlas, le relataron la fascinante epopeya de su existencia: su viaje a través del ciclo del agua.
Le describieron cómo se evaporaban desde los océanos y los ríos, cómo se fusionaban formando las nubes que decoraban el cielo. Las nubes cargadas de vida eran llevadas por los vientos hasta que finalmentese liberaban como lluvia.
— ¡Es maravilloso! – exclamó Mireia -. ¿Y cómo es ser una gota de lluvia?
— Pues es muy divertido -respondió una Gotita-. Una vez me caí sobre una flor y me quedé pegada a su pétalo. Era tan suave y oloroso que me dio pena marcharme.
— Y yo una vez me caí sobre un pájaro -añadió otra Gotita-. Me llevó volando por el cielo y me enseñó el valle desde otra perspectiva. Fue una experiencia increíble.
La perspicaz Mireia comprendió que la lluvia era el bálsamo que el valle necesitaba. Siguiendo las instrucciones de las Gotitas, se dirigió hacia una montaña imponente donde las nubes se congregaban con mayor frecuencia.
Empuñando un gran palo, Mireia golpeó una roca y su grito resonó:
— ¡Necesitamos lluvia, valle y bosque lo necesitan!
En ese momento, las nubes escucharon la súplica de Mireia y se arremolinaron sobre la montaña como un ejército de algodón. Empezaron a liberar su carga líquida que se convirtió en una llovizna refrescante.
Las gotas de lluvia comenzaron a caer sobre el valle, saciando la tierra reseca y reviviendo la flora y la fauna. Mireia sonrió al presenciar el renacimiento del valle bajo la melodía de la lluvia.
Los arroyos y los ríos volvieron a fluir, los pájaros entonaron sus cánticos de agradecimiento, las flores desplegaron su abanico cromático.
El valle, de nuevo vibrante y vital, resonaba en gratitud por la valentía y la determinación de Mireia. Desde ese día, los habitantes del valle aprendieron a valorar la lluvia y la importancia de conservar el agua.
Mireia se convirtió en su heroína y cada vez que alguien se quejaba de la lluvia, ella le recordaba, con una sonrisa sabia, que la lluvia es el latido que acompaña la sinfonía de la naturaleza.
El agua es un tesoro que debemos cuidar y respetar, pues sin ella no hay vida ni belleza. La naturaleza nos regala su ciclo maravilloso, y nosotros debemos colaborar con él.
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